viernes, 5 de febrero de 2010

Estar Enamorado




Estar enamorado, amigos,

es encontrar el nombre justo de la vida.






Es dar al fin con la palabra


que para hacer frente a la muerte se precisa.






Es recobrar la llave oculta


que abre la cárcel en que el alma está cautiva.






Es levantarse de la tierra


con una fuerza que reclama desde arriba.






Es respirar el ancho viento


que por encima de la carne se respira.





Es contemplar desde la cumbre


de la persona la razón de las heridas.




Es advertir en unos ojos


una mirada verdadera que nos mira.






Es escuchar en una boca

la propia voz profunda­mente repetida.




Es sorprender en unas manos

ese calor de la perfecta compañía.






Es sospechar que, para siempre,


la soledad de nuestra sombra está vencida.






Estar enamorado, amigos,


es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.






Es percibir en el desierto


a cristalina voz de un río que nos llama.






Es ver el mar desde la torre


donde ha quedado prisionera nuestra infancia.






Es apoyar los ojos tristes


en un paisaje de cigüeñas y campanas.






Es ocupar un territorio


donde conviven los perfumes y las armas.






Es dar la ley a cada rosa


y al mismo tiempo recibirla de su espada.






Es confundir el sentimiento


con una hoguera que del pecho se levanta.






Es gobernar la luz del fuego


y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.






Es entender la pensativa


conversación del cora­zón y la distancia.






Es encontrar el derrotero


que lleva al reino de la música sin tasa.






Estar enamorado, amigos,


es adueñarse de las noches y los días.






Es olvidar entre los dedos


emocionados la cabeza distraída.






Es recordar a Garcilaso


cuando se siente la can­ción de una herrería.






Es ir leyendo lo que escriben


en el espacio las primeras golondrinas.






Es ver la estrella de la tarde


por la ventana de una casa campesina.






Es contemplar un tren que pasa


por la montaña con las luces encendidas.






Es comprender perfectamente


que no hay fron­teras entre el sueño y la vigilia.






Es ignorar en qué consiste


la diferencia entre la pena y la alegría.






Es escuchar a medianoche


la vagabunda confe­sión de la llovizna.






Es divisar en las tinieblas


del corazón una pe­queña lucecita.






Estar enamorado, amigos,


es padecer espacio y tiempo con dulzura.






Es despertarse una mañana


con el secreto de las flores y las frutas.






Es libertarse de sí mismo


y estar unido con las otras criaturas.






Es no saber si son ajenas


o si son propias las lejanas amarguras.






Es remontar hasta la fuente


las aguas turbias del torrente de la angustia.






Es compartirla luz del mundo


y al mismo tiempo compartir su noche obscura.






Es asombrarse y alegrarse


de que la luna todavía sea luna.






Es comprobar en cuerpo y alma


que la tarea de ser hombre es menos dura.






Es empezar a decir siempre


y en adelante no volver a decir nunca.




Y es además, amigos míos,

estar seguro de tener las manos puras.








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